martes, 3 de septiembre de 2013

No en el sur


El desarrollo teórico de la ecología se produjo antes en los países de clima templado o boreal que en los ribereños del Mediterráneo, lo que propició que se exportaran reglas y paradigmas desde el norte hacia el sur. Sin embargo, nuestros sistemas naturales tienen poco o nada que ver con los que existen donde esas ideas se gestaron y su aplicación práctica en nuestras latitudes es desaconsejable e incluso perjudicial.

En efecto, las costumbres practicadas en un sitio no siempre son adecuadas en otros. Pongamos por caso, la meseta ibérica. En Madrid el sol aprieta, pero la sensación de calor no es asfixiante gracias a que el aire es seco y la evaporación elevada. El resultado es un efecto refrescante debido a que la evaporación del sudor roba calor a nuestro cuerpo. Así pues, es fácil deshidratarse y conviene ir provistos de una botella de agua para compensar las pérdidas. Esta costumbre de beber profusamente, desarrollada en ambientes continentales de aire seco, no es tan necesaria en regiones costeras donde la humedad del aire se encuentra a menudo cerca del punto de saturación.

Pongamos por caso, Valencia. Los veranos son tan calurosos como los mesetarios, pero el cuerpo no logra evaporar fácilmente el sudor para refrigerarse, ya que el ambiente receptor, la atmósfera local, no admite más vapor de agua. La consecuencia es una mayor sensación de calor y una permanente película de sudor sobre el cuerpo, pero también una menor pérdida de humedad. Así que probablemente no sea necesario ingerir tanta agua para compensar las pérdidas. La lucha contra un eventual golpe de calor en ambientes de atmósfera saturada de humedad pasa más bien por buscar lugares frescos a la sombra. Y, por tanto, la ingesta continuada de agua, adaptativa en la meseta, podría ser innecesaria (y hasta contraproducente) en la costa.

De la evaporación a la evapotranspiración
Pues bien, este mismo ejemplo práctico, tan humano, puede trasladarse a la ecología. Con frecuencia damos por buena la idea de que una cobertura vegetal más densa se traduce en una mayor recarga de los acuíferos y, por tanto, en un mayor caudal de las fuentes. Pero esta asociación de ideas sólo es cierta en determinadas circunstancias. Probablemente viene importada de algún país con rocas poco permeables y vegetación caducifolia, capaz de generar suelos con una capa generosa de humus.
Por el contrario, en la región mediterránea abundan los matorrales (maquias, garrigas, tomillares), que generan poca capa de humus, y la roca madre suele ser caliza, bien conocida por su gran capacidad para canalizar y almacenar agua subterráneamente. El caso es que, cuanta más extensión cubra la vegetación esclerófila, mayor superficie quedará expuesta a la evapotranspiración. Las fuentes del rural calizo valenciano probablemente manaban más agua antaño, cuando la vegetación estaba mucho más explotada por el hombre, ya sea de forma directa (entresaca de leña) o indirecta (pastoreo del ganado). Tras el abandono del campo, los montes se han visto reclamados de nuevo por maquias y garrigas y todo el agua que el matorral evapotranspira ya no está disponible para manar en las fuentes.

Fluctuaciones latitudinales o altitudinales
La explicación de las variaciones espacio-temporales del paisaje vegetal ibérico fue llevada a cabo inicialmente por autores centroeuropeos. Como Firbas, que en 1939 e influido por lo observado en Alemania, presuponía grandes desplazamientos latitudinales de la vegetación ibérica durante las glaciaciones. Poco a poco, tras provocar numerosos errores de interpretación, ese modelo norteño fue sustituido por otro en el que la altitud cobra mucha más relevancia.
El modelo centrado en cambios latitudinales sí podía explicar la distribución de la flora alpina ibérica y la de aquellos enclaves dominados por la vegetación eurosiberiana. Pero dejaría sin respuesta cuestiones como la presencia de encinares relictos en Cantabria o la rápida expansión de los bosques esclerófilos mediterráneos en los periodos favorables (1). En otras palabras: la interpretación del paisaje vegetal ibérico requiere ambas perspectivas.

Relaciones depredador-presa
Veamos otro ejemplo. Las conclusiones de los ecólogos escandinavos sobre el papel de los depredadores en la demografía y regulación de las poblaciones de presas (2) no pueden extrapolarse a la región mediterránea. ¿Por qué no? Pues por la sencilla razón de que nuestras comunidades de depredadores, terrestres o alados, son mucho más ricas y complejas que las del lejano norte y cuentan con una mayor representación de especies generalistas u oportunistas. Al parecer, los ciclos periódicos de depredadores y presas, como el protagonizado por liebres y linces boreales, sólo puede esperarse en sistemas donde el depredador sea un especialista y la presa una captura obligada. Los trabajos que se desarrollen en nuestras latitudes deben tener muy en cuenta esta complicación añadida para no llegar a conclusiones erróneas, como hemos padecido en carne propia al estudiar el declive de la población pirenaica de urogallos (3).

Las lagunas mediterráneas restauradas se han de dejar desecar cada pocos años para prevenir la eutrofia, un modelo de gestión distinto al de las lagunas norteñas con mucha más renovación de aguas por la mayor precipitación.

La gestión de los humedales mediterráneos
A principios de los años ochenta, cuando las recién estrenadas autonomías impulsaron las políticas de conservación, los que pretendían restaurar humedales sólo podían viajar al Reino Unido y, con suerte, comprar algún libro sobre experiencias anglosajonas pioneras en la materia. Por supuesto, la actual compra de libros por Internet ni siquiera se intuía. Pero aquellos manuales tampoco sirvieron de mucho, ya que las islas Británicas tienen poco que ver con la región mediterránea.
La mayor diferencia a resaltar quizá sea que nuestras zonas húmedas se secan, por regla general, cada año o cada pocos años. La materia orgánica en suspensión se mineraliza y los nutrientes se reciclan de tal modo que las lagunas surgen con renovado vigor tras la siguiente inundación otoñal. Un resultado de este proceso es el desarrollo de praderas sumergidas de grandes plantas acuáticas (macrófitos) frente al crecimiento desmedido de fitoplancton. En cambio, las aguas de las lagunas norteñas se renuevan con frecuencia debido al intenso régimen de lluvias, de manera que evitan la eutrofia (la asfixia por exceso de nutrientes y falta de oxígeno) mediante un mecanismo diferente.

Durillo emergiendo entre lentiscos. La vegetación mediterránea, propia de ambientes con poca precipitación, se recupera de manera óptima mediante facilitación vegetal y no por repoblación, un modelo norteño

Restauración de ecosistemas: repoblaciones versus facilitación
El mundo de la conservación ha tomado prestadas de la ingeniería forestal las técnicas para plantar árboles, arbustos y plantas anuales. Pero son métodos que se desarrollaron con fines productivistas y en ambientes más norteños, así que hasta los años ochenta no empezamos a darnos cuenta de que los procesos de facilitación (4), habituales entre las plantas mediterráneas, son claves para que la cubierta vegetal se recupere de forma espontánea. Un principio tan sencillo como el que sostiene el refrán “al que buen árbol se arrima, buena sobra le cobija”. Aunque ese “árbol” puede sustituirse por lentiscos, aladiernos, romeros o un simple manojo de ramas secas abandonado en el suelo. Crecer al resguardo de lo que hay es la mejor manera de salir adelante en el exigente estío mediterráneo. También es una estrategia para sobrevivir a las azarosas nevadas e incluso a la herbivoría, si el número de ungulados no es excesivo, como ocurre donde faltan o escasean los depredadores apicales. Muchas veces basta con preparar un poco el terreno para impulsar el proceso natural de facilitación, base de la sucesión vegetal.
Durante centenares de miles años, los ecosistemas mediterráneos han recuperado sus paisajes dañados por el fuego. Todo consiste en respetar los ritmos de la sucesión vegetal y no pretender recuperar en dos días un bosque quemado que tardó mucho tiempo en formarse. El resultado final no puede ser el mismo si optamos por la vía lenta de la facilitación o por la rápida de la repoblación. A estas alturas creo que haríamos bien en olvidarnos de ese modelo clásico de las repoblaciones forestales, importado y de origen productivista, cuando hablemos de conservación.
Además, el éxito de las repoblaciones vegetales ha sido evaluado recientemente: la supervivencia es del 52% (es decir, equiparable al mero azar), el éxito en la floración del 19% y en la fructificación del 16% (5). Ya sabemos suficiente ecología vegetal como para ir pasando página o, al menos, para destinar esas técnicas más intrusivas a situaciones puntuales. Por cierto, lo mismo podría decirse de las repoblaciones de fauna, que debieran abordarse con mucha menos alegría, sólo cuando sea imposible que la especie implicada pueda regresar por sus propios medios. Mientras, es preferible garantizar la existencia de hábitats de buena calidad, el factor limitante en la mayoría de los casos.


Agradecimientos
Daniel Oro y Mariana Fernández Olalla leyeron sendos borradores del trabajo y aportaron sus valiosos puntos de vista. En cualquier caso, el artículo solamente expresa la opinión del autor.


Bibliografía

(1) Tenorio, M.C.; Morla, C. y Sainz-Ollero, H. (eds.) (2005). Los bosques ibéricos: una interpretación geobotánica. Planeta. Barcelona.
(2) Korpimäki, E. y otros autores (2005). Vole cycles and predation in temperate and boreal zones of Europe. Journal of Animal Ecology, 74: 1.150-1.159.
(3) Fernández-Olalla, M. y otros autores (2012). Assessing different management scenarios to reverse the declining trend of a relict capercaillie population: a modelling approach within an adaptive management framework. Biological Conservation, 148: 79-87.
 (4) Verdú, M. y otros autores (2010). The phylogenetic structure of plant facilitation networks changes with competition. Journal of Ecology, 98: 1.454-1.461.
(5) Godefroid, S. y otros autores (2011). How successful are plant species reintroductions? Biological Conservation, 144: 672-682.


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