El desarrollo teórico de
la ecología se produjo antes en los países de clima templado o boreal que en
los ribereños del Mediterráneo, lo que propició que se exportaran reglas y
paradigmas desde el norte hacia el sur. Sin embargo, nuestros sistemas
naturales tienen poco o nada que ver con los que existen donde esas ideas se
gestaron y su aplicación práctica en nuestras latitudes es desaconsejable e
incluso perjudicial.
En
efecto, las costumbres practicadas en un sitio no siempre son adecuadas en
otros. Pongamos por caso, la meseta ibérica. En Madrid el sol aprieta, pero la
sensación de calor no es asfixiante gracias a que el aire es seco y la
evaporación elevada. El resultado es un efecto refrescante debido a que la
evaporación del sudor roba calor a nuestro cuerpo. Así pues, es fácil
deshidratarse y conviene ir provistos de una botella de agua para compensar las
pérdidas. Esta costumbre de beber profusamente, desarrollada en ambientes
continentales de aire seco, no es tan necesaria en regiones costeras donde la humedad
del aire se encuentra a menudo cerca del punto de saturación.
Pongamos
por caso, Valencia. Los veranos son tan calurosos como los mesetarios, pero el
cuerpo no logra evaporar fácilmente el sudor para refrigerarse, ya que el
ambiente receptor, la atmósfera local, no admite más vapor de agua. La
consecuencia es una mayor sensación de calor y una permanente película de sudor
sobre el cuerpo, pero también una menor pérdida de humedad. Así que probablemente
no sea necesario ingerir tanta agua para compensar las pérdidas. La lucha
contra un eventual golpe de calor en ambientes de atmósfera saturada de humedad
pasa más bien por buscar lugares frescos a la sombra. Y, por tanto, la ingesta
continuada de agua, adaptativa en la meseta, podría ser innecesaria (y hasta
contraproducente) en la costa.
De la evaporación a la
evapotranspiración
Pues
bien, este mismo ejemplo práctico, tan humano, puede trasladarse a la ecología.
Con frecuencia damos por buena la idea de que una cobertura vegetal más densa se
traduce en una mayor recarga de los acuíferos y, por tanto, en un mayor caudal
de las fuentes. Pero esta asociación de ideas sólo es cierta en determinadas
circunstancias. Probablemente viene importada de algún país con rocas poco
permeables y vegetación caducifolia, capaz de generar suelos con una capa
generosa de humus.
Por
el contrario, en la región mediterránea abundan los matorrales (maquias,
garrigas, tomillares), que generan poca capa de humus, y la roca madre suele
ser caliza, bien conocida por su gran capacidad para canalizar y almacenar agua
subterráneamente. El caso es que, cuanta más extensión cubra la vegetación
esclerófila, mayor superficie quedará expuesta a la evapotranspiración. Las
fuentes del rural calizo valenciano probablemente manaban más agua antaño,
cuando la vegetación estaba mucho más explotada por el hombre, ya sea de forma directa
(entresaca de leña) o indirecta (pastoreo del ganado). Tras el abandono del
campo, los montes se han visto reclamados de nuevo por maquias y garrigas y
todo el agua que el matorral evapotranspira ya no está disponible para manar en
las fuentes.
Fluctuaciones
latitudinales o altitudinales
La
explicación de las variaciones espacio-temporales del paisaje vegetal ibérico
fue llevada a cabo inicialmente por autores centroeuropeos. Como Firbas, que en
1939 e influido por lo observado en Alemania, presuponía grandes
desplazamientos latitudinales de la vegetación ibérica durante las
glaciaciones. Poco a poco, tras provocar numerosos errores de interpretación,
ese modelo norteño fue sustituido por otro en el que la altitud cobra mucha más
relevancia.
El
modelo centrado en cambios latitudinales sí podía explicar la distribución de
la flora alpina ibérica y la de aquellos enclaves dominados por la vegetación eurosiberiana.
Pero dejaría sin respuesta cuestiones como la presencia de encinares relictos
en Cantabria o la rápida expansión de los bosques esclerófilos mediterráneos en
los periodos favorables (1). En otras palabras: la interpretación del paisaje
vegetal ibérico requiere ambas perspectivas.
Relaciones
depredador-presa
Veamos
otro ejemplo. Las conclusiones de los ecólogos escandinavos sobre el papel de los
depredadores en la demografía y regulación de las poblaciones de presas (2) no pueden
extrapolarse a la región mediterránea. ¿Por qué no? Pues por la sencilla razón
de que nuestras comunidades de depredadores, terrestres o alados, son mucho más
ricas y complejas que las del lejano norte y cuentan con una mayor
representación de especies generalistas u oportunistas. Al parecer, los ciclos
periódicos de depredadores y presas, como el protagonizado por liebres y linces
boreales, sólo puede esperarse en sistemas donde el depredador sea un
especialista y la presa una captura obligada. Los trabajos que se desarrollen
en nuestras latitudes deben tener muy en cuenta esta complicación añadida para
no llegar a conclusiones erróneas, como hemos padecido en carne propia al
estudiar el declive de la población pirenaica de urogallos (3).
La gestión de los humedales
mediterráneos
A
principios de los años ochenta, cuando las recién estrenadas autonomías impulsaron
las políticas de conservación, los que pretendían restaurar humedales sólo
podían viajar al Reino Unido y, con suerte, comprar algún libro sobre experiencias
anglosajonas pioneras en la materia. Por supuesto, la actual compra de libros
por Internet ni siquiera se intuía. Pero aquellos manuales tampoco sirvieron de
mucho, ya que las islas Británicas tienen poco que ver con la región
mediterránea.
La
mayor diferencia a resaltar quizá sea que nuestras zonas húmedas se secan, por
regla general, cada año o cada pocos años. La materia orgánica en suspensión se
mineraliza y los nutrientes se reciclan de tal modo que las lagunas surgen con
renovado vigor tras la siguiente inundación otoñal. Un resultado de este
proceso es el desarrollo de praderas sumergidas de grandes plantas acuáticas
(macrófitos) frente al crecimiento desmedido de fitoplancton. En cambio, las aguas
de las lagunas norteñas se renuevan con frecuencia debido al intenso régimen de
lluvias, de manera que evitan la eutrofia (la asfixia por exceso de nutrientes
y falta de oxígeno) mediante un mecanismo diferente.
Restauración de
ecosistemas: repoblaciones versus
facilitación
El
mundo de la conservación ha tomado prestadas de la ingeniería forestal las
técnicas para plantar árboles, arbustos y plantas anuales. Pero son métodos que
se desarrollaron con fines productivistas y en ambientes más norteños, así que
hasta los años ochenta no empezamos a darnos cuenta de que los procesos de
facilitación (4), habituales entre las plantas mediterráneas, son claves para que
la cubierta vegetal se recupere de forma espontánea. Un principio tan sencillo
como el que sostiene el refrán “al que buen árbol se arrima, buena sobra le
cobija”. Aunque ese “árbol” puede sustituirse por lentiscos, aladiernos, romeros
o un simple manojo de ramas secas abandonado en el suelo. Crecer al resguardo
de lo que hay es la mejor manera de salir adelante en el exigente estío
mediterráneo. También es una estrategia para sobrevivir a las azarosas nevadas e
incluso a la herbivoría, si el número de ungulados no es excesivo, como ocurre
donde faltan o escasean los depredadores apicales. Muchas veces basta con
preparar un poco el terreno para impulsar el proceso natural de facilitación, base
de la sucesión vegetal.
Durante
centenares de miles años, los ecosistemas mediterráneos han recuperado sus paisajes
dañados por el fuego. Todo consiste en respetar los ritmos de la sucesión
vegetal y no pretender recuperar en dos días un bosque quemado que tardó mucho
tiempo en formarse. El resultado final no puede ser el mismo si optamos por la
vía lenta de la facilitación o por la rápida de la repoblación. A estas alturas
creo que haríamos bien en olvidarnos de ese modelo clásico de las repoblaciones
forestales, importado y de origen productivista, cuando hablemos de
conservación.
Además,
el éxito de las repoblaciones vegetales ha sido evaluado recientemente: la
supervivencia es del 52% (es decir, equiparable al mero azar), el éxito en la floración
del 19% y en la fructificación del 16% (5). Ya sabemos suficiente ecología
vegetal como para ir pasando página o, al menos, para destinar esas técnicas
más intrusivas a situaciones puntuales. Por cierto, lo mismo podría decirse de las
repoblaciones de fauna, que debieran abordarse con mucha menos alegría, sólo
cuando sea imposible que la especie implicada pueda regresar por sus propios
medios. Mientras, es preferible garantizar la existencia de hábitats de buena
calidad, el factor limitante en la mayoría de los casos.
Agradecimientos
Daniel
Oro y Mariana Fernández Olalla leyeron sendos borradores del trabajo y
aportaron sus valiosos puntos de vista. En cualquier caso, el artículo solamente
expresa la opinión del autor.
Bibliografía
(1)
Tenorio, M.C.; Morla, C. y Sainz-Ollero,
H. (eds.) (2005). Los bosques
ibéricos: una interpretación geobotánica. Planeta. Barcelona.
(2) Korpimäki,
E. y otros autores (2005). Vole cycles and predation in temperate and
boreal zones of Europe . Journal of Animal Ecology, 74: 1.150-1.159.
(3) Fernández-Olalla,
M. y otros autores (2012). Assessing different management scenarios to
reverse the declining trend of a relict capercaillie population: a modelling
approach within an adaptive management framework. Biological Conservation, 148: 79-87.
(4) Verdú, M. y otros autores (2010). The
phylogenetic structure of plant facilitation networks changes with competition.
Journal of Ecology, 98: 1.454-1.461.
(5) Godefroid,
S. y otros autores (2011). How successful are plant species
reintroductions? Biological Conservation,
144:
672-682.
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