Hay muchas maneras de salir al campo. A la mayoría de las personas les
basta con comerse una tortilla a pocos metros del coche, debajo de un pino,
para escapar de la rutina urbana. Otras planean excursiones para hacer deporte
o disfrutar del paisaje. Las más experimentadas salen a coleccionar
observaciones de animales y plantas.
Aparte de las enunciadas en la
entradilla, hay otra manera de salir al campo mucho más enriquecedora y enemiga
del aburrimiento que consiste en buscar procesos naturales. Si prestamos un
poco de atención es fácil encontrar patrones en la naturaleza. Aunque parecen estáticos,
como fotografías puntuales, dichos patrones son en realidad el reflejo de
procesos naturales dinámicos que ocurren en el espacio y en el tiempo. De los
procesos se llega a los patrones a través de sus mecanismos, de manera que
desentrañarlos a partir de imágenes estáticas es un bonito desafío. Viene a ser
como recuperar una imaginaria película filmada a cámara lenta. Pongamos unos
cuantos ejemplos prácticos para verlo más claro.
Las dunas fósiles de Artà
En la primera de las fotos que
ilustran estas páginas se observa una bella estampa de la costa noreste de
Mallorca. Lo que más llama la atención son sus aguas de color turquesa,
producto de la pobreza en nutrientes del Mediterráneo, que se salda con bajas
cargas de fitoplancton en suspensión. No obstante, si nos olvidamos por un
momento de tan idílicas aguas, podremos centrar nuestra atención en las rocas
de la costa. Aunque todo parece un continuo que acaba muriendo en el mar, en
realidad la parte alta corresponde a calizas mesozoicas procedentes de
sedimentos de hace unos 150 millones de años (Jurásico y Cretácico) elevados
durante la orogenia alpina hace unos 18 millones de años. La parte baja está
constituida por dunas fósiles formadas durante el Cuaternario, es decir,
recientemente en términos geológicos.
Para explicar la presencia de
dunas fósiles hemos de imaginarnos la escena en uno de los picos glaciares del
Pleistoceno, el periodo transcurrido durante los últimos 2’5 millones de años.
En esa época, el nivel del mar estaba mucho más bajo debido a la acumulación de
agua marina en forma de casquetes polares de hielo. Extensos arenales quedaron
al descubierto y cubrieron varios kilómetros de lo que hoy sería mar adentro,
de manera que el viento arrastraba aquellas partículas silíceas de grano fino
hasta chocar contra las moles calizas elevadas desde antiguo. Con el paso del
tiempo, la compactación y el desarrollo de cementos químicos carbonatados acabarían
dando lugar a las dunas fósiles (calcoarenitas) que ahora contemplamos.
Aunque parezca que no existe un
límite entre ambos tipos de rocas, en realidad se trata de una percepción muy
engañosa, ya que se abre un abismo entre ellas (una discordancia) de decenas de
millones de años. Es más, si volvemos a fijarnos en las dunas fosilizadas
podremos identificar un paso más en los procesos acaecidos silenciosamente a
través del tiempo. Las dunas están ahora colapsándose debido a la actividad
erosiva del mar, que ha aumentado de nivel tras la fusión de los casquetes de
hielo durante la bonanza climática del Holoceno. Por tanto, la arena que partió
del fondo marino está cerrando un ciclo y regresando al lugar del que procede.
Esta visión dinámica de las rocas se parece mucho a estar contemplando una
película a partir de una sola instantánea. Así de enriquecedor es pensar en
términos de procesos naturales (biológicos o geológicos) y sus mecanismos. Veamos
otro ejemplo.
El càrritx en el Puig Roig
La siguiente fotografía nos
muestra un paisaje poblado por una gramínea, Ampelodesmos mauritanica, conocida como “càrritx” en catalán y “carcera”
en castellano. Se encuentra en las faldas del Puig Roig, cima señera de la
sierra de Tramuntana, en la isla de Mallorca. Hasta aquí nada anormal.
Da la impresión de ser un lugar
donde, debido a las bajas precipitaciones y a la propia orientación de la
ladera, no puede crecer nada más que un pastizal, aunque sea gigante. Sin
embargo, la realidad es muy diferente. Históricamente se desmontaron y quemaron
maquias y pinares en la sierra para dar paso al càrritx, que era empleado como
pasto para ovejas (cuando rebrotaba tras las quemas) y caballerías (en estado
maduro). Pero no quiero hablar de la impronta humana, sino del proceso natural
oculto que sucede bajo las carritxeras una vez abandonadas, cuando dejan de
quemarse y requemarse una y otra vez. Si miramos atentamente la imagen veremos
que bajo la gramínea gigante se está recuperando una feraz maquia de lentiscos (Pistacia lentiscus) que forma parte de
las etapas de sucesión del pinar o, al menos, de una maquia arbolada. La
sucesión vegetal se apoya en el mecanismo de la facilitación, que viene a ser como
“subirse a hombros de gigantes” para avanzar. Las plantas más estoicas preparan
las condiciones en cuanto a disponibilidad de agua y nutrientes en el suelo,
así como en lo relativo a la protección frente a herbívoros, para otras más
sibaritas que puedan venir detrás, normalmente de mayor porte y más longevas.
No tiene mayor secreto.
Pero el proceso de sucesión da
mucho que pensar en el plano práctico o aplicado del asunto. La naturaleza
mediterránea tiene mecanismos de sobra para restaurar el paisaje tras un
incendio. Hay muchas plantas que rebrotan, otras que cuentan con bulbos
subterráneos resistentes al fuego y además está la facilitación vegetal. Como
vimos el mes pasado (1), repoblar aquí es importar una técnica ingenieril del
norte de Europa que resulta inadecuada e innecesaria para nosotros. Inadecuada
porque el éxito de las reintroducciones vegetales es muy bajo, a menos que se
esté suministrando agua regularmente, como en esas sueltas blandas de animales
en las que hace falta seguir aportando comida para que la reinserción en el
medio sea exitosa. E innecesaria porque la naturaleza sabe bien como cicatrizar
sus heridas. Las repoblaciones no son más que atajos ante el proceder de la
natura, que saltan del estadio 0 al 10 sin pasar por los intermedios, y sólo se
justifican por nuestra impaciencia y escaso interés por toda formación vegetal
que no sea un bosque maduro.
Reptiles polinizadores
En la tercera y última foto vemos
una lagartija sobre una zanahoria marina en la isla de Sa Dragonera, también en
Mallorca. La observación podría quedar en anécdota o en un nuevo medio para la
termorregulación de los reptiles si no fuera porque, si nos fijamos mejor, la
lagartija está comiendo polen sobre el capítulo floral. Hay depredadores de
polen o de néctar que son consumidores “ilegítimos”, en el sentido de que no
contribuyen a polinizar las plantas. Pero las lagartijas insulares sí contribuyen
positivamente a perpetuar el recurso. Su efecto es mucho más que anecdótico si
tenemos en cuenta las altísimas densidades que llegan a alcanzar estos pequeños
saurios en las islas, tanto por estar desprovistas (o casi) de depredadores,
como por la baja competencia entre especies. La pobreza en especies de las
islas lleva al fenómeno conocido como “compensación de la densidad”. Por otro
lado, la alta competencia entre integrantes de una misma especie ayuda a ampliar
los nichos ecológicos y a buscar nuevas soluciones para conseguir alimento y
pareja. Así pues, el cazador de procesos recapitularía la historia natural en
su mente para concluir que las plantas, normalmente polinizadas por insectos,
pueden serlo también por vertebrados terrestres: aves, mamíferos (murciélagos)
y reptiles, entre ellos nuestras lagartijas insulares. Así pues, una relación
ancestral entre plantas e insectos ha acabado radiando con el tiempo a los
vertebrados, de modo que algunos vegetales han desarrollado adaptaciones claramente
dirigidas a animales de mayor talla, como esas flores rojas de largas y
estrechas corolas que aman los colibríes.
Me viene una pregunta a la cabeza:
¿será la polinización por lagartijas una presión evolutiva para el capítulo
(inflorescencia) de las umbelíferas? O, por el contrario, ¿acaso un capítulo que
probablemente evolucionó para que las plantas con flores pequeñas optimicen las
visitas de los insectos ha sido secundariamente empleado como plataforma de
alimentación por los reptiles insulares? La segunda hipótesis parece más
plausible, ya que muchas plantas con capítulos florales no reciben la visita de
reptiles. En este caso podríamos decir que las plantas con umbela estaban pre-adaptadas
(por azar) a la futura polinización por vertebrados. O, si lo miramos desde la
óptica del reptil, diríamos con Daniel Janzen que los reptiles se han encajado
ecológicamente en las comunidades de umbelíferas, sin que la evolución tenga
nada que ver. Quién sabe si como una innovación cultural reciente.
Bibliografía
(1) Martínez-Abraín, A. (2013). No en el sur. Quercus, 331: 6-7.
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