viernes, 4 de octubre de 2013

El cazador de procesos


Hay muchas maneras de salir al campo. A la mayoría de las personas les basta con comerse una tortilla a pocos metros del coche, debajo de un pino, para escapar de la rutina urbana. Otras planean excursiones para hacer deporte o disfrutar del paisaje. Las más experimentadas salen a coleccionar observaciones de animales y plantas.

Aparte de las enunciadas en la entradilla, hay otra manera de salir al campo mucho más enriquecedora y enemiga del aburrimiento que consiste en buscar procesos naturales. Si prestamos un poco de atención es fácil encontrar patrones en la naturaleza. Aunque parecen estáticos, como fotografías puntuales, dichos patrones son en realidad el reflejo de procesos naturales dinámicos que ocurren en el espacio y en el tiempo. De los procesos se llega a los patrones a través de sus mecanismos, de manera que desentrañarlos a partir de imágenes estáticas es un bonito desafío. Viene a ser como recuperar una imaginaria película filmada a cámara lenta. Pongamos unos cuantos ejemplos prácticos para verlo más claro.



Las dunas fósiles de Artà
En la primera de las fotos que ilustran estas páginas se observa una bella estampa de la costa noreste de Mallorca. Lo que más llama la atención son sus aguas de color turquesa, producto de la pobreza en nutrientes del Mediterráneo, que se salda con bajas cargas de fitoplancton en suspensión. No obstante, si nos olvidamos por un momento de tan idílicas aguas, podremos centrar nuestra atención en las rocas de la costa. Aunque todo parece un continuo que acaba muriendo en el mar, en realidad la parte alta corresponde a calizas mesozoicas procedentes de sedimentos de hace unos 150 millones de años (Jurásico y Cretácico) elevados durante la orogenia alpina hace unos 18 millones de años. La parte baja está constituida por dunas fósiles formadas durante el Cuaternario, es decir, recientemente en términos geológicos.
Para explicar la presencia de dunas fósiles hemos de imaginarnos la escena en uno de los picos glaciares del Pleistoceno, el periodo transcurrido durante los últimos 2’5 millones de años. En esa época, el nivel del mar estaba mucho más bajo debido a la acumulación de agua marina en forma de casquetes polares de hielo. Extensos arenales quedaron al descubierto y cubrieron varios kilómetros de lo que hoy sería mar adentro, de manera que el viento arrastraba aquellas partículas silíceas de grano fino hasta chocar contra las moles calizas elevadas desde antiguo. Con el paso del tiempo, la compactación y el desarrollo de cementos químicos carbonatados acabarían dando lugar a las dunas fósiles (calcoarenitas) que ahora contemplamos.
Aunque parezca que no existe un límite entre ambos tipos de rocas, en realidad se trata de una percepción muy engañosa, ya que se abre un abismo entre ellas (una discordancia) de decenas de millones de años. Es más, si volvemos a fijarnos en las dunas fosilizadas podremos identificar un paso más en los procesos acaecidos silenciosamente a través del tiempo. Las dunas están ahora colapsándose debido a la actividad erosiva del mar, que ha aumentado de nivel tras la fusión de los casquetes de hielo durante la bonanza climática del Holoceno. Por tanto, la arena que partió del fondo marino está cerrando un ciclo y regresando al lugar del que procede. Esta visión dinámica de las rocas se parece mucho a estar contemplando una película a partir de una sola instantánea. Así de enriquecedor es pensar en términos de procesos naturales (biológicos o geológicos) y sus mecanismos. Veamos otro ejemplo.



El càrritx en el Puig Roig
La siguiente fotografía nos muestra un paisaje poblado por una gramínea, Ampelodesmos mauritanica, conocida como “càrritx” en catalán y “carcera” en castellano. Se encuentra en las faldas del Puig Roig, cima señera de la sierra de Tramuntana, en la isla de Mallorca. Hasta aquí nada anormal.
Da la impresión de ser un lugar donde, debido a las bajas precipitaciones y a la propia orientación de la ladera, no puede crecer nada más que un pastizal, aunque sea gigante. Sin embargo, la realidad es muy diferente. Históricamente se desmontaron y quemaron maquias y pinares en la sierra para dar paso al càrritx, que era empleado como pasto para ovejas (cuando rebrotaba tras las quemas) y caballerías (en estado maduro). Pero no quiero hablar de la impronta humana, sino del proceso natural oculto que sucede bajo las carritxeras una vez abandonadas, cuando dejan de quemarse y requemarse una y otra vez. Si miramos atentamente la imagen veremos que bajo la gramínea gigante se está recuperando una feraz maquia de lentiscos (Pistacia lentiscus) que forma parte de las etapas de sucesión del pinar o, al menos, de una maquia arbolada. La sucesión vegetal se apoya en el mecanismo de la facilitación, que viene a ser como “subirse a hombros de gigantes” para avanzar. Las plantas más estoicas preparan las condiciones en cuanto a disponibilidad de agua y nutrientes en el suelo, así como en lo relativo a la protección frente a herbívoros, para otras más sibaritas que puedan venir detrás, normalmente de mayor porte y más longevas. No tiene mayor secreto.
Pero el proceso de sucesión da mucho que pensar en el plano práctico o aplicado del asunto. La naturaleza mediterránea tiene mecanismos de sobra para restaurar el paisaje tras un incendio. Hay muchas plantas que rebrotan, otras que cuentan con bulbos subterráneos resistentes al fuego y además está la facilitación vegetal. Como vimos el mes pasado (1), repoblar aquí es importar una técnica ingenieril del norte de Europa que resulta inadecuada e innecesaria para nosotros. Inadecuada porque el éxito de las reintroducciones vegetales es muy bajo, a menos que se esté suministrando agua regularmente, como en esas sueltas blandas de animales en las que hace falta seguir aportando comida para que la reinserción en el medio sea exitosa. E innecesaria porque la naturaleza sabe bien como cicatrizar sus heridas. Las repoblaciones no son más que atajos ante el proceder de la natura, que saltan del estadio 0 al 10 sin pasar por los intermedios, y sólo se justifican por nuestra impaciencia y escaso interés por toda formación vegetal que no sea un bosque maduro.


Reptiles polinizadores
En la tercera y última foto vemos una lagartija sobre una zanahoria marina en la isla de Sa Dragonera, también en Mallorca. La observación podría quedar en anécdota o en un nuevo medio para la termorregulación de los reptiles si no fuera porque, si nos fijamos mejor, la lagartija está comiendo polen sobre el capítulo floral. Hay depredadores de polen o de néctar que son consumidores “ilegítimos”, en el sentido de que no contribuyen a polinizar las plantas. Pero las lagartijas insulares sí contribuyen positivamente a perpetuar el recurso. Su efecto es mucho más que anecdótico si tenemos en cuenta las altísimas densidades que llegan a alcanzar estos pequeños saurios en las islas, tanto por estar desprovistas (o casi) de depredadores, como por la baja competencia entre especies. La pobreza en especies de las islas lleva al fenómeno conocido como “compensación de la densidad”. Por otro lado, la alta competencia entre integrantes de una misma especie ayuda a ampliar los nichos ecológicos y a buscar nuevas soluciones para conseguir alimento y pareja. Así pues, el cazador de procesos recapitularía la historia natural en su mente para concluir que las plantas, normalmente polinizadas por insectos, pueden serlo también por vertebrados terrestres: aves, mamíferos (murciélagos) y reptiles, entre ellos nuestras lagartijas insulares. Así pues, una relación ancestral entre plantas e insectos ha acabado radiando con el tiempo a los vertebrados, de modo que algunos vegetales han desarrollado adaptaciones claramente dirigidas a animales de mayor talla, como esas flores rojas de largas y estrechas corolas que aman los colibríes.
Me viene una pregunta a la cabeza: ¿será la polinización por lagartijas una presión evolutiva para el capítulo (inflorescencia) de las umbelíferas? O, por el contrario, ¿acaso un capítulo que probablemente evolucionó para que las plantas con flores pequeñas optimicen las visitas de los insectos ha sido secundariamente empleado como plataforma de alimentación por los reptiles insulares? La segunda hipótesis parece más plausible, ya que muchas plantas con capítulos florales no reciben la visita de reptiles. En este caso podríamos decir que las plantas con umbela estaban pre-adaptadas (por azar) a la futura polinización por vertebrados. O, si lo miramos desde la óptica del reptil, diríamos con Daniel Janzen que los reptiles se han encajado ecológicamente en las comunidades de umbelíferas, sin que la evolución tenga nada que ver. Quién sabe si como una innovación cultural reciente. 

Bibliografía

(1) Martínez-Abraín, A. (2013). No en el sur. Quercus, 331: 6-7.

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