Salvo en las
fábulas, está mal visto atribuir a los animales características humanas. Y con
razón. Pocas cosas hay más detestables que disfrazar a un chimpancé y
considerarlo un ser humano muy básico. Sin embargo, el miedo al antropomorfismo
no debe ocultar lo mucho tenemos en común con el resto de los animales.
En
realidad, todo sería mucho más correcto si las comparaciones fuesen al revés. Cuando
un águila real alimenta con mimo a sus polluelos no deberíamos decir que
parecen personas, sino justo lo contrario. ¡Los seres humanos nos parecemos a
las águilas cuando alimentamos con mimo a nuestras crías! Las aves rapaces
estaban en este planeta mucho antes que nosotros. El antropocentrismo, verlo
todo desde el prisma humano, nos lleva a cometer el gran pecado del
antropomorfismo, es decir, pretender humanizar
la naturaleza. Pero si lo miramos al revés, el antropomorfismo está revelando
una información valiosa. Sucede por algo. Y ese algo es que, a fin de cuentas,
no somos tan distintos como nos empeñamos en creer.
El
pasado otoño, durante el veranillo de San Miguel, algunas aves se vieron
confundidas en Galicia. Probablemente subieron los niveles en sangre de ciertas
hormonas y tuve el placer de contemplar la parada nupcial de unos ratoneros
comunes (Buteo buteo). Unas rapaces,
por cierto, que han dado en llamarse “busardos ratoneros” porque los ingleses
las llaman buzzards, un caso claro de
anglocentrismo en ornitología. Todos sabemos que las paradas nupciales de las
rapaces son espectaculares. La de los ratoneros me recordó a un adolescente
haciendo cabriolas con la bicicleta delante de un grupo de chicas para
demostrar su habilidad, coordinación, juventud y, en suma, su valía como pareja
potencial. ¿Estaban los ratoneros jugando a adolescentes humanos? No. Todo lo
contrario. El jovenzuelo de la bicicleta emulaba (porque ni siquiera llegaba a imitar)
al ratonero en sus juegos aéreos. ¡Los ratoneros llegaron antes!
Hechos a retazos
Pero
el orden de los factores no debe alterar el producto. Al pavonearnos (verbo que
también se apoya en el comportamiento de un ave) nos parecemos a los ratoneros.
Nos parecemos mucho. Eso es innegable y tiene una lógica aplastante. La lógica
de la evolución. Si somos capaces de cambiar el matiz de nuestra observación y
no colocarnos en el centro del mundo, verificar los parecidos entre nuestro comportamiento
y el de la fauna puede llevarnos a una sensación estupenda de unidad con todas
las formas vivas de la biosfera, incluidas las plantas, los hongos, las
bacterias y los protistas.
Tenemos
ojos cámara, como los del pulpo; nuestros pulmones proceden de los primeros
peces pulmonados; brazos y piernas no son más que aletas modificadas; las uñas
planas se las debemos a los primates, no a las garras del leopardo; los dientes
son de pez, mientras que la cabeza, separada del tronco, es de anfibio; dos de los
huesecillos del oído medio proceden de la mandíbula de los reptiles; el pelo
tiene el mismo origen que las escamas de los reptiles o las plumas de las aves…
Y así podríamos seguir deconstruyendo el cuerpo humano pieza por pieza y trazando
su origen en el pasado.
Pocas
cosas hay que nos hagan singularmente humanos. Aparte de por tener un cerebro
más complejo, de los demás primates nos distinguimos por rasgos menores, como la
capacidad de correr (una ventaja del bipedismo), el crecimiento continuo del
pelo (las peluquerías son un invento genuinamente humano o por lanzar objetos
con gran tino (como los famosos honderos de las Baleares, que las legiones
romanas se rifaban). También hay diferencias más sustanciales, como el hecho de
tener adolescencia y menopausia. El hecho de no prolongar la ovulación a partir
de cierta edad es una característica humana aparentemente contraria al deseo de
aumentar nuestra eficacia biológica, aunque en el fondo no sea así.
Diferentes
formas de cultura
Pero,
de todas nuestras características, la más relevante es sin duda la posesión de
una mente simbólica. Fabricamos símbolos. Nuestra vida está llena de ellos: el
dinero, las empresas, los cargos, los dioses, las banderas... No creo que las
fronteras sean símbolos, pues existen en la naturaleza y los animales las
entienden muy bien. Las fronteras son más bien realidades. La mente simbólica
inventó la música, la danza, la pintura y la escultura. Las bellas artes. Eso sí
es genuinamente humano. Pero no debemos confundir estos logros con el hecho de
que los animales tengan o no cultura.
Como
nos recuerda Frans de Waal, la cultura es todo aquello que adquirimos en el
curso de nuestras vidas, en oposición a lo innato o heredado que forma parte del
software genético con el que nacemos (1).
Desde esta perspectiva, existen aplastantes evidencias de cultura en el mundo
animal no humano. Por ejemplo, las aves tienen diferentes dialectos según las
regiones geográficas, las estrategias de alimentación pasan de padres a hijos
en las especies sociales y son capaces de innovar en el uso de herramientas, lo
que luego se transmite rápidamente por imitación.
La
cultura ocupa un lugar muy importante en la vida de los animales, que distan
mucho de ser meros autómatas dirigidos por un programa codificado. Casi todo lo
que hacemos, nosotros o el resto de los animales, es el resultado de una
interacción entre lo innato y lo aprendido. No es enteramente una cosa ni la
otra. Mamamos de manera innata sí, pero unos bebés pueden aprender a mamar
mejor que otros con la ayuda cultural de las madres. Buena prueba de la
importancia de la cultura, del aprendizaje, es el habitual fracaso de los
proyectos de reintroducción en los que no se enseña a los animales liberados a
buscar e identificar aquello que les puede servir de alimento o a defenderse de
los depredadores (2).
Destino
compartido
Todo
lo anterior me lleva a pensar en el dilema de la naturaleza humana. Algunas
veces he escrito sobre este asunto, con toda naturalidad o atrevimiento, en las
páginas de Quercus (3). Pero soy
consciente de que lo he hecho desoyendo la tendencia más común dentro de la
filosofía, que consiste en pensar que la naturaleza humana no existe, porque supuestamente
disfrutamos de libre albedrío y lo natural es sólo para los demás animales.
Esta dicotomía, que se remonta por lo menos a Descartes, ha hecho mucho daño a
la biosfera. Nos separa de ella e impide que veamos el bosque, el mar o sus
habitantes como un continuo con nosotros o viceversa. Una de las mejores cosas
a las que podemos aspirar en esta vida es a integrar esa unidad en nuestra
cosmovisión. Integrarla hasta sentirla (4).
No
esperaría ver a un calamar preocupado por escribir un libro, ni a una
quisquilla apesadumbrada con sus creencias en el más allá. Pero nada de eso representa
un abismo insondable. Es simplemente un salto cuantitativo. Como le decía
Huxley a Darwin: la naturaleza sí da saltos, no hay por qué esconderlos. Saltos
como el cambio de fase del agua a partir del punto de congelación o de
ebullición. Pero, fuera de ese mundo simbólico de nuestras mentes, la realidad
biológica de un tejón y de una persona son condenadamente similares. Similares
aspiraciones vitales (comer, sobrevivir, reproducirse, no pasar frío, dormir
bien) y similares miedos reptilianos. Es reconfortante ver el mundo de esa
manera integradora y, desde luego, se siente uno mucho más acompañado, como ya
comentábamos en el Detective del mes pasado (5).
Marta
Vila y José Manuel Igual comentaron un borrador de este artículo. Admiro el
tino de Marta para encontrar siempre la bibliografía más relevante sobre
cualquier tema.
Bibliografía
(1) De Waal, F. (2001). The ape and the sushi master: cultural
reflections of a primatologist. Basic Books. New York.
(2) Heezik, Y. y otros autores (1999). Helping
reintroduced houbara bustards avoid predation: effective anti-predator training
and the predictive value of pre-released behaviour. Animal
Conservation,
2: 155-163.
(3)
Martínez-Abraín, A. (2008). La
naturaleza… humana. Quercus, 274: 6-7.
(4)
Lorenz, K. (1993). El anillo del rey salomón: hablaba con las
bestias, los peces y los pájaros. Labor. Barcelona.
(5)
Martínez-Abraín, A. (2016). Lleno de
gente. Quercus 370: 6-7.
jajaja, gracias por el comentario, pero el merito no es mio sino de san google!
ResponderEliminarBueno, el mérito es de la interacción entre tu y San Google jajaja!!!
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