viernes, 24 de noviembre de 2017

Chivos expiatorios

En las antiguas religiones se ofrecían sacrificios a los dioses para aplacar su ira o conseguir favores. Quizá sea una propiedad de nuestro cerebro buscar un culpable, aunque sea inventado, para resolver conflictos y pasar página. En cualquier caso, buena parte de la fauna silvestre se ha convertido en el chivo expiatorio de unos problemas que tienen otras causas.

Durante un viaje a Grecia en 2011 visité el Parque Nacional de Alónnisos, situado en las islas Espóradas del Norte, en el mar Egeo. Además de ser la mayor superficie marina protegida de Europa, cuenta entre sus principales valores con una población reproductora de foca monje que se refugia en las múltiples cuevas de los islotes. También me sorprendió mucho que, incluso hoy en día, se siguieran matando focas monje a tiros desde las embarcaciones de pesca. Pensaba que eso era ya cosa del pasado. Pero, cuando indagué más a fondo, descubrí que se culpaba a las focas de los problemas económicos de los pescadores locales.

Es un hecho que las focas son inteligentes y consiguen comida gracias a los descartes pesqueros, cuando no roban directamente peces de las redes caladas. Pero de ahí a que sean las principales responsables de la penuria de los pescadores hay un salto muy grande. Un salto imaginario y equivocado. Las focas son simplemente un cómodo chivo expiatorio para sacudirse problemas mucho mayores, como la excesiva presión pesquera. Por ejemplo, en Grecia se ha pescado con dinamita hasta hace bien poco, al igual que en otros muchos países del Mediterráneo oriental como Túnez o Argelia. Los pescadores están atrapados en un bucle del que no saben salir.

A mí, estando allí, se me ocurrió una posible alternativa basada en aquello de “si no puedes con el enemigo, únete a él”. La pesca podría reconvertirse parcialmente en una actividad turística para que los amantes de las focas vean cómo se alimentan en las redes. De ese modo las pérdidas se verían más que compensadas. ¿Una quimera? Pues no tanto. En España ya es legal admitir turistas en algunos pesqueros para que presencien el izado de un copo de sardinas o la captura de atunes en almadrabas. Resulta muy cómodo echarle la culpa de nuestros problemas a cualquier animal, porque no puede defenderse de las acusaciones. Algo parecido pasa con los jabalíes: a pesar de su exitosa recuperación, dudo mucho que sean los causantes de todos los males de la agricultura, seguramente mucho más relacionados con cuestiones de geopolítica internacional y de abandono del mundo rural.

Sospecho que esas incorrectas asociaciones entre fauna y conflictos humanos se deben, en buena medida, a que nos hemos acostumbrado a unos paisajes donde escasean los animales. Cualquier recuperación que apreciemos nos parece ahora una amenaza, una plaga. Los jabalíes, sin ir más lejos, debían formar manadas de cientos de individuos en el Pleistoceno.

Nido de cigüeñas en un edificio histórico. Es muy fácil equivocarse al establecer relaciones de causa y efecto, como atribuir el declive de la caza menor a la recuperación de las poblaciones de cigüeña blanca cuando se debe al abandono del mundo rural. Foto del autor.
Lobos y ganadería
Otro caso similar y cercano es el de los lobos. No puede negarse que a veces subsisten gracias a potrillos, terneras, ovejas y cabras. Aunque no siempre, ya que en Castilla y León consumen también ciervos, corzos, jabalíes e incluso topillos y conejos cuando se adentran en los campos de cereal. Tampoco sería honesto ocultar que, cuando se lo ponen fácil, tienen el hábito de matar más de lo que van a comer. En una entrega ya lejana de esta sección propuse que tal conducta se debía a la carga evolutiva que arrastran consigo desde el Pleistoceno, cuando las comunidades de grandes carnívoros no estaban formadas sólo por lobos, sino por muchos otros potenciales competidores   (1). En cualquier caso, el lobo causa muchas menos pérdidas económicas, o lucro cesante, que otros factores más difíciles de controlar por parte de los ganaderos afectados, como las políticas agrarias de la Unión Europea. El lobo, como la foca monje en Grecia, es sólo la gota que colma el vaso. Es fácil volverse contra él y usarlo como chivo expiatorio. También se ha instrumentalizado como argumento de la demagogia política para ganar votos contaminando la frágil opinión pública. Ya sabemos lo fácil que es movilizar masas humanas en torno a un lema común. Está en nuestros genes.

Tejones y vacas
En el Reino Unido e Irlanda, los tejones se han convertido asimismo en chivos expiatorios. Se les considera vectores de la tuberculosis bovina y son eliminados por millares. El problema, sin embargo, está más enraizado en el propio manejo del ganado, algo que nada tiene que ver con los pobres tejones. Buena prueba de ello es que no hay tuberculosis bovina en Escocia, donde no se han hecho descastes de esta especie, y sí está presente, sin embargo, en la isla de Man, donde nunca hubo tejones. Las causas pueden ser poco evidentes, como un bajón en las defensas del ganado debido al estrés o a una peor alimentación, así que es mucho más fácil echarles la culpa. Un típico proceso de causa y efecto con planteamientos equivocados: las vacas mueren por tuberculosis, los tejones son portadores de la tuberculosis, luego los tejones son la causa del problema. Sin más comprobaciones. Esta misma confusión hace que las especies exóticas e invasoras carguen con diferentes sambenitos que no siempre les corresponden. Quizá simplemente porque su llegada y proliferación coincidió en el tiempo con el declive de una especie nativa debido a terceras causas.

Gorriones y agricultura
Otro chivo expiatorio de libro se dio cuando  intentaron erradicar los gorriones en China. Entre 1958 y 1962, Mao Zedong promovió la campaña Mata un Gorrión como parte de un plan más ambicioso para acabar con los supuestos enemigos de la agricultura, a saber: ratas, mosquitos, moscas y gorriones. Pero, lejos de mejorar la situación de los cultivos, lo único que hizo fue empeorarla, ya que los gorriones que vivían en los arrozales no sólo comían grano, sino también una importante cantidad de insectos. Aquel episodio se saldó con una gran hambruna que mató entre 20 y 45 millones de personas. Los gorriones, por cierto, sobrevivieron tras refugiarse en los jardines de ciertas embajadas europeas que se negaron a colaborar en el exterminio. Así que el gran salto adelante de Mao fue en realidad un gran salto atrás debido a un diagnóstico equivocado del enemigo.

Cigüeñas y especies cinegéticas
En España, las cigüeñas blancas han sido uno de los chivos expiatorios más recientes. Algunos colectivos de ganaderos y cazadores asocian la recuperación de la cigüeña con la escasez de aláudidos, liebres, perdices y codornices. Como las ven depredar  huevos y crías de esas especies, establecen rápidamente una relación de causa y efecto. Las cigüeñas comen perdices, las perdices van para abajo mientras que las cigüeñas van para arriba, luego las cigüeñas son responsables del declive de las perdices. Una asociación demasiado simple, pues ignora las consecuencias del abandono del campo en las últimas seis o siete décadas, capaz de poner en jaque a cualquier especie de los espacios abiertos. Tampoco considera el papel que han podido jugar las sequías del Sahel en ciertas aves migradoras, como codornices y tórtolas, ni culpa a la caza de influir en el declive de unos animales tan propios del campo abierto. Pero el responsable no es la caza, ni tampoco el aumento de las cigüeñas, sino un agente mucho más poderoso y que actúa de forma silenciosa: la pérdida de hábitat. Los depredadores sólo causan declives en sus presas cuando ya están contra las cuerdas por un tercer motivo. Es el denominado “pozo del depredador”. Una hipotética reducción forzosa de cigüeñas sólo empeoraría el actual estado de la agricultura, ya que actúan como eficaces controladoras de plagas.

Abejarucos y apicultura
Un odio que parecía superado es el de algunos apicultores hacia los abejarucos. Otro colectivo en apuros por muchísimas razones que busca un culpable, concreto y tangible, de todas sus frustraciones económicas. Si las abejas melíferas viven ahora más felices en las ciudades y liban contentas en parques urbanos libres de plaguicidas, parece claro que el papel que jugaron los abejarucos en su crisis debe ser despreciable. Pero siempre hace falta un culpable, alguien a quien achacar los daños de causas mucho más complejas, múltiples y difusas.

En ecología cada vez tiene más peso la idea de que los depredadores no regulan grandemente las poblaciones de sus presas, sobre todo aquellos que no están especializados en una sola presa. Más bien contribuyen a mantenerlas en buen estado cuando eliminan a los individuos débiles o enfermos. De modo que la ausencia de abejarucos bien podría representar un problema añadido para los colmeneros. Aparte de eso, si depredan masivamente sobre las abejas quizá se deba al mal estado generalizado de alguna colmena, repleta de presas fáciles de cazar. Y ya que hablamos de himenópteros haríamos bien en cuidar a los abejeros europeos ahora que doña Vespa velutina nos invade por doquier.

In dubio pro reo
Todo es siempre mucho más complejo de lo que parece a primera vista (2, 3). Antes de condenar a alguien, hay que asegurarse de que es el verdadero culpable y para eso las intuiciones y primeras impresiones suelen ser malas consejeras (4). Además, tales problemas tienen soluciones técnicas que no pasan por la primitiva idea del exterminio. Hay que dar con la tecla y para eso hace falta pensar y experimentar. Y darse tiempo.
Si finalmente damos con la clave pero no puede ponerse en práctica, arremeter contra una especie inocente es del todo inmoral. Una prevaricación. Los políticos sucumben con frecuencia a las protestas ciudadanas mal informadas, una debilidad comprensible pero no justificable. La solución pasa por tener ganas de resolver los problemas reales de ganaderos, agricultores y apicultores. Y con ello de la naturaleza. Y no digo todo esto como panfleto, como mantra, sino que realmente creo que todo lo que he contado es objetivamente cierto y que evitar caer en esas trampas de la acusación indebida requiere sacar a relucir lo mejor del ser humano.

Bibliografía

(1) Martínez-Abraín, A. (2013). Todo para mí. Quercus, 328: 6-7.
(2) Martínez-Abraín, A. (2008). Las apariencias engañan. Quercus, 268: 6-7.
(3) Herrera, C. (2007). Cada problema complejo tiene siempre una solución sencilla, que generalmente es errónea. Quercus, 251: 10-11.

(4) Martínez-Abraín, A. (2012). La intuición derrotada. Quercus, 320: 6-8.

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