martes, 30 de enero de 2018

Pensamiento metapop

No, no estoy inventando un nuevo estilo de música que vaya más allá del pop. Uso metapop como abreviatura nemotécnica de metapoblación. Trataré de demostrar aquí lo importante que es el pensamiento metapoblacional –asumir que muchas especies se estructuran espacialmente en conjuntos de poblaciones que mantienen contacto entre sí– para resolver problemas reales en ecología aplicada.

Cuando lidiamos con nuestros problemas comunes, primero tendemos a pensar en la posibilidad más sencilla, es decir que la causa sea de origen local. Si vemos que un pueblo pierde sus habitantes deducimos que algo va mal allí. Puede ser, pero también es posible que en otro sitio las cosas vayan mejor y la gente se marche en busca de nuevas oportunidades. Como hemos visto en varias ocasiones, bueno y malo son conceptos relativos, no absolutos.

El caso es que sacamos las mismas conclusiones cuando nos enfrentamos a los problemas de la fauna. Seguramente tiene sentido que sea así, pero en muchos casos no es garantía de acertar. Por ejemplo muchas aves realizan dispersiones durante la fase juvenil o ya de adultas, en busca de alimento, pareja o territorios de cría. Esas dispersiones pueden deberse a procesos locales, como la escasez local de recursos o el exceso de individuos, pero también pueden responder a que las condiciones sean mejores en otro sitio, como decía al principio para el caso humano. En tal situación, los componentes de la población, que continuamente prospectan el entorno e intercambian información, deciden hacer las maletas y largarse del pueblo a la ciudad tras el efecto llamada.

A veces lo que sucede es una combinación de ambas cosas. Una perturbación local causada por nosotros es la que dispara el abandono, pero a eso se une que en otros sitios las condiciones hayan mejorado y entonces sea atractivo trasladarse. Si en todas partes la situación fuera mala no quedaría otra que capear el temporal, aguantar las molestias y quedarse, haciendo frente a los problemas locales. Analicemos un par de casos detectivescos para ver cómo el pensamiento metapoblacional puede ser una fuente de inspiración para resolver problemas ecológicos, en el caso de especies coloniales y con alta capacidad de dispersión.

Macho en vuelo de aguilucho cenizo (Circus pygargus). Para entender la dinámica local de una especie, con poblaciones estructuradas en el espacio, es preciso pensar a escala regional, como se ha visto en la Comunidad Valenciana (foto: Lluc Semis Gasol).

El desplome del arao ibérico
En un estupendo trabajo, publicado hace más de diez años en la revista Biological Conservation, un equipo de investigadores de la Universidad de Vigo demostró que la práctica extinción del arao (Uria aalge) en Galicia y Portugal no se debió al efecto del calentamiento global sobre los pequeños peces pelágicos, su principal fuente de alimento (1). Llegaron a esta conclusión después de estudiar el desembarco de pescado en lonjas durante el periodo de declive de los araos: 1960-1974. Un resultado que contradecía la creencia popular de que el rápido descenso de los araos se debía a falta de alimento. Dicho trabajo propone como razón última del declive un descenso en la supervivencia local, no en la reproducción, debido sobre todo a la caza ilegal y al uso de redes de pesca de material sintético. Es cierto que aquella época coincidió con el cambio a las redes sintéticas, pero no hay evidencia de que las casi 20.000 aves presentes en el noroeste peninsular a principios del siglo XX acabaran muriendo.

Por otro lado, los urbanitas armados de aquella época –así nació el concepto de “escopetero” frente al de cazador– disparaban desde embarcaciones a alcas y cormoranes en el interior de las rías, mientras que los araos pasaban más tiempo forrajeando en el mar. Pero cabe otra posibilidad. Los cambios en la supervivencia local que detectan los modelos siempre pueden ser mortalidad real o por contra mortalidad aparente, es decir, dispersión. En cualquiera de los dos casos la población local baja. Recientemente propuse que los impactos humanos de aquellas décadas pudieron ser un desencadenante de la dispersión en masa de los araos hacia mejores colonias en el Reino Unido (2). Bien mirado, era una situación extraña la de los araos ibéricos, ya que les gusta criar en colonias muy numerosas que les ofrecen ventajas a la hora de localizar alimento, encontrar pareja o defenderse de los depredadores. Además, no existen evidencias de la presencia de esta especie en la Península Ibérica antes de finales del siglo XIX (3), así que quizá alguna situación desfavorable empujase hacia el sur de Europa a unos cuantos cientos de araos desde alguna gran colonia norteña y cuando las cosas empezaron a ponerse mal aquí abajo decidieran poner fin a esa aventura.

Demostrar esto no es posible con la información que tenemos. No hay aves peninsulares marcadas que pudieran recuperarse más tarde, porque el anillamiento científico apenas había comenzado en España y Portugal. Pero es una posibilidad que no puede descartarse y que, a mi entender, resulta más parsimoniosa, más verosímil, que la muerte de todas las aves (4). Una explicación, además, encuadrada en el pensamiento metapoblacional, que no busca todas las causas a escala local.

Los aguiluchos cenizos del humedal
El otro ejemplo está protagonizado por los aguiluchos cenizos (Circus pygargus) de la Comunidad Valenciana. Ocupan allí dos tipos de ambientes muy diferentes: unos crían en el interior de la provincia de Castellón, en coscojares espontáneos recuperados tras los incendios forestales de los años setenta, mientras que otros se reproducen en humedales costeros de Castellón y Alicante que son espacios protegidos. En principio, los aguiluchos del interior ocupan un hábitat más parecido a los ambientes esteparios de los que procede la especie. A esta población le va bien y además ha logrado extenderse hasta la vecina Tarragona. Por su parte, la población costera del Prat de Cabanes-Torreblanca (Castellón) creció vertiginosamente desde las 5 parejas censadas en 1987 hasta las 37 del año 1999.

Pero a partir de ese año los aguiluchos empezaron a decaer, de modo que la curva total describe una parábola. También aquí, las razones del declive se han buscado localmente. Los principales sospechosos son los cambios en el uso del suelo y la interrupción de prácticas tradicionales, como la quema de vegetación palustre, tras la declaración del espacio como parque natural. También se han barajado causas regionales, como el aumento de los jabalíes tras el abandono generalizado del medio rural, o incluso globales, como alteraciones en los regímenes de lluvias primaverales a causa del cambio climático. Sin embargo, si uno compara la curva total de crecimiento de la especie en la Comunidad Valenciana, separando las parejas del matorral de las parejas del humedal, se ve claramente que las segundas declinan y las primeras crecen hasta alcanzar una meseta. Un razonamiento de suma cero nos lleva a pensar que las poblaciones del interior crecen gracias a que las costeras decrecen. Es decir porque hay movimiento de aves en un solo sentido. ¿A qué puede deberse? ¿No están cómodas dentro de los espacios protegidos?

Sin duda, hay una parte debida a causas locales y los cambios en el uso del suelo probablemente han hecho que los humedales resulten ahora menos atractivos. Pero para irse a otro sitio primero hay que tener dónde ir y, si es posible, que sea mejor que el anterior. Las condiciones del matorral son mejores desde que la gente ya no vive allí y, de hecho, la colonización de los humedales fue forzada por el impacto humano en las zonas preferidas de los aguiluchos. Los extensos incendios de los años setenta les dejaron sin hábitat adecuado para criar y las zonas húmedas, con su vegetación halófila, aparecieron como una alternativa. Ahora que las condiciones han empeorado en el humedal y, sobre todo, son mejores en sus ambientes originales, toca hacer las maletas de nuevo.

Así pues, la tendencia decreciente de los aguiluchos cenizos en los humedales no debe percibirse como algo negativo, sino como un signo de mejora de las condiciones regionales para la especie. Salen del refugio. Se liberan de presiones del pasado. Si sólo nos centramos en las causas locales percibiremos el declive como una pérdida. Pero si usamos el pensamiento metapoblacional nuestra visión da un giro copernicano. Hay parches peores y mejores cuando las poblaciones se estructuran en el espacio. Y además esa situación no es fija en el tiempo, sino que los peores de hoy pueden ser los mejores de mañana. O viceversa. Así pues, pensemos globalmente. ¡Y actuemos donde buenamente se pueda!
  
Bibliografía

(1) Munilla, I.: Díez, C. y Velando, A. (2007). Are edge bird populations doomed to extinction? A retrospective analysis of the common guillemot collapse in Iberia. Biological Conservation, 137: 359-371.
(2) Martínez-Abraín, A. (2015). Are edge bird populations doomed to extinction? A response to Munilla et al. Biological Conservation, 191: 843-844.
(3) Tait, W. C. (1887). On the birds of Portugal. Ibis 5: 372-400.
(4) Munilla, I. y Velando, A. (2015). The Iberian guillemot population crash: a plea for action at the margins. Biological Conservation, 191: 842.

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