No, no estoy
inventando un nuevo estilo de música que vaya más allá del pop. Uso metapop como abreviatura nemotécnica de metapoblación. Trataré de demostrar aquí lo importante
que es el pensamiento metapoblacional –asumir que muchas especies se
estructuran espacialmente en conjuntos de poblaciones que mantienen contacto
entre sí– para resolver problemas reales en ecología aplicada.
Cuando
lidiamos con nuestros problemas comunes, primero tendemos a pensar en la
posibilidad más sencilla, es decir que la causa sea de origen local. Si vemos
que un pueblo pierde sus habitantes deducimos que algo va mal allí. Puede ser,
pero también es posible que en otro sitio las cosas vayan mejor y la gente se marche
en busca de nuevas oportunidades. Como hemos visto en varias ocasiones, bueno y
malo son conceptos relativos, no absolutos.
El
caso es que sacamos las mismas conclusiones cuando nos enfrentamos a los
problemas de la fauna. Seguramente tiene sentido que sea así, pero en muchos
casos no es garantía de acertar. Por ejemplo muchas aves realizan dispersiones durante
la fase juvenil o ya de adultas, en busca de alimento, pareja o territorios de cría.
Esas dispersiones pueden deberse a procesos locales, como la escasez local de
recursos o el exceso de individuos, pero también pueden responder a que las
condiciones sean mejores en otro sitio, como decía al principio para el caso
humano. En tal situación, los componentes de la población, que continuamente
prospectan el entorno e intercambian información, deciden hacer las maletas y
largarse del pueblo a la ciudad tras el efecto llamada.
A
veces lo que sucede es una combinación de ambas cosas. Una perturbación local causada
por nosotros es la que dispara el abandono, pero a eso se une que en otros
sitios las condiciones hayan mejorado y entonces sea atractivo trasladarse. Si
en todas partes la situación fuera mala no quedaría otra que capear el
temporal, aguantar las molestias y quedarse, haciendo frente a los problemas
locales. Analicemos un par de casos detectivescos para ver cómo el pensamiento
metapoblacional puede ser una fuente de inspiración para resolver problemas
ecológicos, en el caso de especies coloniales y con alta capacidad de
dispersión.
El desplome del
arao ibérico
En
un estupendo trabajo, publicado hace más de diez años en la revista Biological Conservation, un equipo de
investigadores de la Universidad de Vigo demostró que la práctica extinción del
arao (Uria aalge) en Galicia y
Portugal no se debió al efecto del calentamiento global sobre los pequeños
peces pelágicos, su principal fuente de alimento (1). Llegaron a esta
conclusión después de estudiar el desembarco de pescado en lonjas durante el
periodo de declive de los araos: 1960-1974. Un resultado que contradecía la
creencia popular de que el rápido descenso de los araos se debía a falta de
alimento. Dicho trabajo propone como razón última del declive un descenso en la
supervivencia local, no en la reproducción, debido sobre todo a la caza ilegal
y al uso de redes de pesca de material sintético. Es cierto que aquella época coincidió
con el cambio a las redes sintéticas, pero no hay evidencia de que las casi
20.000 aves presentes en el noroeste peninsular a principios del siglo XX
acabaran muriendo.
Por
otro lado, los urbanitas armados de aquella época –así nació el concepto de “escopetero”
frente al de cazador– disparaban desde embarcaciones a alcas y cormoranes en el
interior de las rías, mientras que los araos pasaban más tiempo forrajeando en
el mar. Pero cabe otra posibilidad. Los cambios en la supervivencia local que
detectan los modelos siempre pueden ser mortalidad real o por contra mortalidad
aparente, es decir, dispersión. En cualquiera de los dos casos la población
local baja. Recientemente propuse que los impactos humanos de aquellas décadas
pudieron ser un desencadenante de la dispersión en masa de los araos hacia mejores
colonias en el Reino Unido (2). Bien mirado, era una situación extraña la de
los araos ibéricos, ya que les gusta criar en colonias muy numerosas que les
ofrecen ventajas a la hora de localizar alimento, encontrar pareja o defenderse
de los depredadores. Además, no existen evidencias de la presencia de esta
especie en la Península Ibérica antes de finales del siglo XIX (3), así que quizá
alguna situación desfavorable empujase hacia el sur de Europa a unos cuantos
cientos de araos desde alguna gran colonia norteña y cuando las cosas empezaron
a ponerse mal aquí abajo decidieran poner fin a esa aventura.
Demostrar
esto no es posible con la información que tenemos. No hay aves peninsulares marcadas
que pudieran recuperarse más tarde, porque el anillamiento científico apenas había
comenzado en España y Portugal. Pero es una posibilidad que no puede
descartarse y que, a mi entender, resulta más parsimoniosa, más verosímil, que
la muerte de todas las aves (4). Una explicación, además, encuadrada en el
pensamiento metapoblacional, que no busca todas las causas a escala local.
Los aguiluchos
cenizos del humedal
El
otro ejemplo está protagonizado por los aguiluchos cenizos (Circus pygargus) de la Comunidad
Valenciana. Ocupan allí dos tipos de ambientes muy diferentes: unos crían en el
interior de la provincia de Castellón, en coscojares espontáneos recuperados
tras los incendios forestales de los años setenta, mientras que otros se
reproducen en humedales costeros de Castellón y Alicante que son espacios
protegidos. En principio, los aguiluchos del interior ocupan un hábitat más
parecido a los ambientes esteparios de los que procede la especie. A esta
población le va bien y además ha logrado extenderse hasta la vecina Tarragona. Por
su parte, la población costera del Prat de Cabanes-Torreblanca (Castellón) creció
vertiginosamente desde las 5 parejas censadas en 1987 hasta las 37 del año
1999.
Pero
a partir de ese año los aguiluchos empezaron a decaer, de modo que la curva
total describe una parábola. También aquí, las razones del declive se han
buscado localmente. Los principales sospechosos son los cambios en el uso del
suelo y la interrupción de prácticas tradicionales, como la quema de vegetación
palustre, tras la declaración del espacio como parque natural. También se han
barajado causas regionales, como el aumento de los jabalíes tras el abandono
generalizado del medio rural, o incluso globales, como alteraciones en los
regímenes de lluvias primaverales a causa del cambio climático. Sin embargo, si
uno compara la curva total de crecimiento de la especie en la Comunidad
Valenciana, separando las parejas del matorral de las parejas del humedal, se
ve claramente que las segundas declinan y las primeras crecen hasta alcanzar
una meseta. Un razonamiento de suma cero nos lleva a pensar que las poblaciones
del interior crecen gracias a que las costeras decrecen. Es decir porque hay movimiento
de aves en un solo sentido. ¿A qué puede deberse? ¿No están cómodas dentro de
los espacios protegidos?
Sin
duda, hay una parte debida a causas locales y los cambios en el uso del suelo
probablemente han hecho que los humedales resulten ahora menos atractivos. Pero
para irse a otro sitio primero hay que tener dónde ir y, si es posible, que sea
mejor que el anterior. Las condiciones del matorral son mejores desde que la
gente ya no vive allí y, de hecho, la colonización de los humedales fue forzada
por el impacto humano en las zonas preferidas de los aguiluchos. Los extensos
incendios de los años setenta les dejaron sin hábitat adecuado para criar y las
zonas húmedas, con su vegetación halófila, aparecieron como una alternativa.
Ahora que las condiciones han empeorado en el humedal y, sobre todo, son
mejores en sus ambientes originales, toca hacer las maletas de nuevo.
Así
pues, la tendencia decreciente de los aguiluchos cenizos en los humedales no debe
percibirse como algo negativo, sino como un signo de mejora de las condiciones
regionales para la especie. Salen del refugio. Se liberan de presiones del
pasado. Si sólo nos centramos en las causas locales percibiremos el declive
como una pérdida. Pero si usamos el pensamiento metapoblacional nuestra visión
da un giro copernicano. Hay parches peores y mejores cuando las poblaciones se estructuran
en el espacio. Y además esa situación no es fija en el tiempo, sino que los
peores de hoy pueden ser los mejores de mañana. O viceversa. Así pues, pensemos
globalmente. ¡Y actuemos donde buenamente se pueda!
Bibliografía
(1) Munilla, I.: Díez, C. y Velando, A. (2007).
Are edge bird populations doomed to extinction? A
retrospective analysis of the common guillemot collapse in Iberia. Biological Conservation, 137: 359-371.
(2) Martínez-Abraín, A. (2015).
Are edge bird populations doomed to extinction? A response to Munilla et al. Biological Conservation, 191: 843-844.
(3) Tait, W. C. (1887). On the birds of Portugal. Ibis 5: 372-400.
(4) Munilla, I. y Velando, A.
(2015). The Iberian guillemot population crash: a plea for action at the
margins. Biological Conservation, 191: 842.
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