Han corrido ríos
de tinta sobre la existencia de un tercer ojo que los humanos tendríamos hacia
la mitad de la frente. Un ojo místico, capaz de dotarnos de clarividencia y unas
extraordinarias capacidades perceptivas. Pero quizá este concepto esotérico
derive de la observación –y posterior tergiversación– de la naturaleza, donde sí
hay animales dotados de un tercer ojo.
El
ojo parietal es una parte del sistema nervioso central con capacidades
fotorreceptoras. Está asociado a la glándula pineal, que se asoma al exterior a
través de un orificio en el cráneo. Esta estructura regula tanto el ritmo
circadiano como la producción de hormonas vinculadas con la termorregulación en
numerosas especies de peces, anfibios y reptiles, aunque está ausente en aves y
mamíferos.
De
todos modos, la glándula pineal sí que existe en el cerebro de aves y mamíferos,
aunque ahora sólo recibe estímulos luminosos a través de los ojos. Esta glándula,
llamada pineal porque tiene forma de piña (aunque es del tamaño de un grano de
arroz), produce una hormona denominada melatonina que regula nuestro ciclo
diario de sueño y vigilia, entre otras importantes funciones. Bien lo saben quienes
están obligados a embarcarse en rápidos vuelos transoceánicos y toman
melatonina para recuperarse de los perniciosos efectos del síndrome de los husos
horarios o jet lag. La oscuridad estimula
la producción de melatonina, mientras que la luz la inhibe.
Cabeza de lagartija serrana (Iberolacerta monticola) con una flechita que indica la localización
del ojo parietal o tercer ojo (foto: Pedro Galán).
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Un órgano
relicto
La
ausencia de ojo parietal en aves y mamíferos sugiere que ambas clases animales descienden
de reptiles endotermos que carecían de ese rasgo. También es posible que lo
perdieran posteriormente en el curso de la evolución al desarrollar su
capacidad de mantener el cuerpo caliente al margen de la temperatura exterior (endotermia).
Por lo que sabemos, los ancestros reptilianos de los actuales mamíferos
perdieron el ojo parietal hace casi 250 millones de años (1), lo cual apoya la
primera hipótesis. Es decir, que los mamíferos actuales proceden de ancestros
reptilianos que ya eran de sangre caliente. Por tanto, la actual glándula
pineal de los mamíferos habría cambiado su primitiva función fotorreceptora por
la endocrina, aunque permanece como testigo de un pasado anterior a la evolución
de la endotermia en nuestros lejanos ancestros reptilianos.
Todo
esto también nos indica que los mamíferos son un grupo monofilético, es decir,
que todos ellos derivan de un solo grupo de reptiles endotermos, concretamente los
terápsidos. Por poner un ejemplo contrario, los saurios (lagartos, iguanas,
salamanquesas, eslizones) no son un grupo monofilético. Forman una agrupación
artificial que engloba a reptiles de apariencia similar pero que proceden de diferentes
orígenes evolutivos. De hecho, algunos saurios están más emparentados con las
serpientes que con otros saurios. Y, por añadir otro ejemplo, los cocodrilos,
que parecen lacértidos gigantes, tienen un ancestro común más próximo a las
aves que a los lagartos.
Sabemos
que las aves evolucionaron a partir de los dinosaurios terópodos que vivían
hace entre 200 y 145 millones de años en el periodo Jurásico. Pero hace 90
millones de años había aves con ojo parietal, las del género Melovatka, lo que sugiere que aquí sería
más adecuada la segunda hipótesis, es decir, que las aves evolucionaron a
partir de reptiles ectotermos y desarrollaron posteriormente su endotermia. Parece
que las aves son monofiléticas y que derivan todas ellas de los dinosaurios Saurisquios,
lo cual implicaría que al principio todas las aves eran ectotermas. En
cualquier caso, cada vez resulta más difícil establecer una barrera entre
reptiles y aves, sobre todo a raíz de los recientes y abundantes hallazgos de reptiles
fósiles emplumados en las canteras chinas de la provincia de Liaoning. En
España también se han encontrado restos de aves muy primitivas, caso de Iberomesornis en el yacimiento de Las
Hoyas (Cuenca), que tenía el tamaño de un gorrión.
Especies actuales
con tercer ojo
El ojo parietal puede observarse hoy en
numerosas especies de lagartijas, ranas y sapos. También en muchos peces, ya
sean cartilaginosos (como los tiburones) u óseos (como el atún). Por lo que
respecta a la fauna ibérica, según me cuenta el herpetólogo gallego Pedro
Galán, una enciclopedia viviente donde las haya, el ojo parietal está presente
en prácticamente todos nuestros saurios. Puede apreciarse en cualquier especie
de lagartija, así como en luciones y eslizones. En el caso de los lagartos es
más difícil, pues queda oculto por el desarrollo de placas óseas de refuerzo u osteodermos.
De cualquier forma, hace falta una lupa para localizar el famoso tercer ojo y
podemos identificarlo como un circulillo que aparece en la placa interparietal.
En los anfibios es mucho menos patente,
pues queda cubierto por la piel en la mayoría de las especies modernas. Las
salamandras conservan una estructura menos derivada con respecto a la ancestral
que se denomina glándula paripineal.
Siempre
que se habla de ojos pineales es obligado referirse a los tuátaras, que son unos
reptiles muy especiales. Se parecen a las iguanas, pero tienen muy poco que ver
con ellas. Proceden de reptiles que habitaban en el antiguo súper continente de
Gondwana y hoy sólo existen en algunas islas cercanas a Nueva Zelanda. Como
buenos fósiles vivientes, cuentan con un ojo parietal especialmente
desarrollado. El agujero pineal del cráneo es proporcionalmente grande y el tercer
ojo cuenta con cristalino y retina, ¡nada menos!
Endotermos con
reminiscencias reptilianas
Dado
que la glándula pineal sigue alojada en el interior de nuestro cráneo,
podríamos tomarnos la licencia de proponer que, aunque seamos endotermos, todavía
conservamos viva una parte de nuestro pasado ectotermo reptiliano. Yo, al menos,
me acuerdo mucho de los tuátaras y su gran atracción por la luz cada vez que
las nubes ciegan el sol en las costas de Galicia y me embargan humores
melancólicos debido a mis bajos niveles de melatonina.
Como
nunca hay que desaprovechar la ocasión para acabar con un mito, arremeteré como
broche final contra de la extendida creencia popular de que Suecia es el país
europeo con mayor porcentaje de suicidios debido al mal tiempo. Al parecer y
según datos de 2008, los primeros puestos en tan peliagudo asunto corresponden
a Kazajistán, Estonia, Moldavia y Polonia. Suecia es sólo la quinta potencia
mundial. Malos países todos ellos para ser reptil, sobre todo de gran tamaño
pues a mayor volumen corresponde proporcionalmente menor superficie exterior y
la superficie es vital para los que viven del sol.
Agradecimientos
Estoy
en deuda con Pedro Galán por revisar un borrador de este artículo. La foto que lo
ilustra también es suya.
Bibliografía
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